Tomás Jenaro de Cámara y Castro, "Padre Cámara"


   

Su vida...    



Era riojano, Logroñés, de Torrecilla de los Cameros para más señas. Nació de Tiburcia Castro el 19 de Septiembre de 1847, esposa del médico local D. Leonardo Cámara. La familia se trasladó por razones laborales del patriarca al pueblo burgalés de Quintanadueñas. Y así el niño Tomás inició sus estudios en el Seminario Pequeño de la ciudad de Burgos, donde pronto destacó por su intelecto avispado. No había cumplido los quince años cuando ingresó en el Real Colegio de Agustinos de Valladolid para cursar carrera religiosa, profesando votos simples el 4 de octubre de 1863. Hizo profesión solemne en el Colegio de la Vid en Burgos el 6 de octubre de 1866 y cantó su primera misa el 25 de marzo de 1870 con disculpa papal puesto que no había cumplido veinticuatro años. Permaneció en el Colegio vallisoletano, donde alcanzó el titulo de lector hasta su nombramiento episcopal.

Su impugnación a la Historia de los conflictos entre la Religión y la Ciencia de Draper, publicada en 1876, le supuso la consideración como uno de los más grandes polemistas católicos del país y le convirtió en figura señalada del nuevo pensamiento agustiniano junto al padre Diez González.

León XIII le preconizó obispo titular de Trajanópolis y Auxiliar de Madrid, en el Consistorio del 9 de Agostó de 1883. Siendo consagrado, el 28 de octubre de ese mismo año, en la iglesia de San Jerónimo de Madrid por el Cardenal Moreno. En la diócesis de Madrid continuó sus estudios sobre las relaciones ciencia y religión, alcanzando grandes elogios en prensa, tanto nacional como internacional.

La muerte de Cardenal Moreno provocó su cese y posterior nombramiento como obispo de Salamanca, llegando a nuestra ciudad el 12 de agosto de 1885. 

En aquel momento una epidemia de cólera asolaba la provincia de Salamanca incidiendo especialmente en el pueblo de Macotera. Visitó este pueblo para proporcionar ánimo y ayuda a los enfermos, recibiendo tan profunda impresión por tanta muerte, dolor y miseria, que determinó, junto con las autoridades locales, la construcción de un hospital. La donación de los terrenos y la suscripción popular organizada, a la que responde eficazmente los macoteranos y foráneos, permite levantar el hospital y un escuela. La vizcondesa de Bahía Honda se hizo cargo del mobiliario y del dinero para la puesta en funcionamiento, pudiéndose inaugurar el 12 de agosto de 1894. El Hospital se dedicó a la memoria del Cardenal Cuesta natural de Macotera y recibió el nombre de hospital de Santa Ana por estar situado en la calle de ese nombre. 

Construcción de San Juan de Sahagún
Esta fue la primera obra de las muchas que emprendería entre 1885 y 1895. En ese periodo se construyeron diez iglesias de nueva planta y se repararon noventa y siete, además de la restauración del zócalo de la catedral, pagado por el Ministerio de Fomento. Posteriormente promovió, quizás su obra más importante, la construcción de la iglesia de San Juan de Sahagún, consagrada en octubre de 1896. También obtuvo los recursos, no solo para el mantenimiento del Hospital General de la Santísima Trinidad, que se encontraba a punto de cerrar sus puertas, sino también para la construcción del un nuevo edificio. Reparó la antigua iglesia de San Isidro estableciendo en ella el Circulo de Obreros, que destinó a la educación católica de los obreros, y además durante su mandato se construyó el nuevo palacio episcopal e inició la construcción de la inacabada Basílica de Santa Teresa en Alba de Tormes. 

El P. Cámara en el estudio de Repullés
Tuvo, por tanto, una intensa actividad como promotor de obras que sirvieron, muchas de ellas, para dar trabajo a multitud de obreros que de otra forma hubieran padecido las penurias del hambre y el paro en un periodo económicamente muy difícil.

Fue un incansable defensor de los dogmas católicos enfrentándose a los sectores anticlericales e incluso con los sectores más radicales de la iglesia católica, fundó el Colegio de Estudios Superiores de Calatrava, para la formación de sacerdotes capaces de enfrentarse a las controversias del momento, retando abiertamente al seminario Jesuita. En este mismo edificio de Calatrava instaló una imprenta para la impresión del boletín Eclesiástico y dos periódicos: La Semana Católica y El Criterio, además de la una gran cantidad de obras de índole religiosa. Posteriormente fundó El Lábaro en Salamanca y colaboró para fundar El Universo en Madrid, con los cuales apoyó las candidaturas de carácter católico. 

Como una de las primeras figuras de la iglesia española, había sido nombrado senador del reino por la provincia eclesiástica de Valladolid y tomó parte activa en diversos debates en los que destacó como un gran orador, de perfecta sintaxis y método riguroso. También formó muchas veces opinión en asuntos locales, sobre todo relacionados con la higiene de la ciudad, lo que muchos tomaron por injerencias en asuntos civiles.





y su muerte..


Carta de
despedida
El débil estado de salud del prelado, debido a la diabetes que padecía, se agravó en los primeros meses de 1904. En abril, acudió al balneario de Villaharta (Córdoba) en busca de alivio a su dolencia. Por el contrario, un empeoramiento acaba con su vida el día 17 de mayo de 1904 a las 7 de la tarde, a los 56 años, tras diecinueve de intensa labor episcopal en Salamanca. 

Su cadáver fue trasladado a Salamanca por ferrocarril, llegando el día 21. Le esperaban en la estación el obispo de Zamora y las autoridades de la Ciudad. El cortejo fúnebre que condujo el cadáver hasta la iglesia de San Juan de Sahagún lo formaron multitud de personas y coches (más de ochenta según la prensa local). En la iglesia, que serviría de capilla ardiente, le esperaban el clero parroquial, que celebró misa una vez entrado el cadáver. Multitud de personas se agolparon en la calle doctor Riesco (calle Toro), esperando ver los restos del obispo, pero el lamentable estado de descomposición (probablemente por un deficiente embalsamamiento en Villaharta) impidió la exposición del cadáver y obligó al enterramiento esa misma tarde de 21 (Se había previsto la exposición durante tres días). A las cinco y media de la tarde acudió Cabildo y clero de la ciudad a recibir el cuerpo del obispo y junto a las autoridades, cofradías, hermandades y comisionados, formaron una procesión que a las seis de la tarde condujo el cadáver hasta la catedral, en donde, tras el responso del obispo de Zamora, fue solemnemente enterrado en la capilla de Santa Teresa.


Esquela del Padre Cámara.
La Basílica Teresiana 15 de junio 1904.


Las fotos del entierro...


Traslado del Cadáver del Padre Cámara de la estación a San Juan de Sahagún.
Paseo de la Estación 1904. La Basílica Teresiana 15 de junio 1904.

Entrada del cadáver en la iglesia San Juan de Sahagún.
La Basílica Teresiana 15 de junio 1904.

Traslado del féretro a la Catedral.
La Basílica Teresiana 15 de junio 1904.

Entrada del cadáver del Padre Cámara en la Catedral.
La Basílica Teresiana 15 de junio 1904.

Catafalco en la nave central de la Catedral.La Basílica
Teresiana 15 de junio 1904. 

Proyecto del mausoleo para el P. Cámara.
 La Basílica Teresiana 15 de octubre 1904.


fuentes:
ABC 18-05-1910
El Lábaro  del 17 al 25 de mayo de 1910 
El Castellano : diario de la mañana del 17 al 25 de mayo de 1910
El Adelanto : Diario político de Salamanca del 17 al 25 de mayo de 1910 
1900 en Salamanca. Jean-Claude Rabaté











Visita a Macotera, un pueblo asolado por el cólera

Carta del Padre Cámara a la revista Ilustración Católica, publicada el 25 de Septiembre de 1885



DAMOS el primer lugar en nuestras páginas al siguiente escrito del sabio y celosísimo P. Cámara, Obispo de Salamanca, no sólo por el respeto debido á los documentos que salen de su pluma, sino también para dar mayor publicidad al proyecto que en éste se indica, y cooperar en la medida de nuestras fuerzas á que se cumplan los caritativos sentimientos del ilustre Prelado. También, aprovechando unos apuntes que un amigo nuestro nos ha remitido, reproducimos por el grabado una de las conmovedoras escenas de la visita del Sr. Obispo á MACOTERA

Macotera ha asociado también su nombre á los desgraciados pueblos que forman el cortejo fúnebre del cólera. en la favorecida meseta de Castilla, entre las saludables ciudades de Ávila y Salamanca. Todo el pueblo, que consta de más de ochocientos vecinos , ha sido más ó menos invadido; y cuando en el pasado año de 1884, en todo él no obtuvo la muerte más de ochenta víctimas, hasta estos días lleva el de 1885 cerca de trescientas. Macotera es pueblo extremadamente pobre. Sus casas son de tierra, y apenas si se elevan del suelo un par de metros. Los habitantes más acomodados viven sólo en plantas bajas; excusado es, por tanto, añadir que allí no se conocen escaleras, ni pisos
principales. Y de las ochocientas familias que le componen, las trescientas son pobres de solemnidad, asistidas por facultativos de menesterosos. Ciento más no están declaradas como tales, pero á mi juicio, bien merecen el título; son los vecinos trabajadores que parte del año tienen jornal, y otra buena parte carecen de él. Su pobreza les obliga á ser algún tanto industriosos, si bien en perjuicio de la salud. Dedícanse á la limpia y comercio de lanas del país, extendiéndose por todas las partes de España y llevando sus reses de uno á otro extremo
para ganar escasos maravedises. Los infelices, con tal industria, no pueden sobresalir en la limpieza y aseo ni de sus personas ni menos de sus viviendas, é importan á sus hogares la epidemia de los pueblos infestados. De ahí que Macotera recogerá siempre la mortífera semilla, y la acaricia luego con todas las condiciones de desarrollo y funesta prosperidad.
Cuando yo llegué ( 10 de Septiembre) al infortunado  pueblo, había cedido la peste; pero la hallamos retratada en todos los semblantes y difundiéndose por un ambiente y aire pesado, de nauseabundo olor. Todos los rostros macilentos, los ánimos consternados, el día de luto, la atmósfera de corrupción. No era de extrañar. Aunque después de los momentos de arreciar el cólera, había el Sr. Gobernador mandado al delegado Sr. Orea, y médicos, medicinas, desinfectantes y recursos; empero el alcalde había visto arrebatada por la muerte á una hermana, á la vez que tenía espirando á su cara esposa. Otro tanto acaecía al juez municipal, destrozado su corazón con la agonía de muerte que pasó su mujer querida. El celoso Párroco vio desaparecer en pocas horas á su sobrina y asistenta; y sin cerrarle los ojos, héroe de la caridad, acudía solícito á los demás moribundos. Su digno coadjutor había caído enfermo, rendido de fatiga. Los dos facultativos del pueblo cayeron postrados igualmente, más de cansancio que de la epidemia. Un enterrador, tan irreflexivo como grotesco, sacaba á las once de la noche de la casa mortuoria, entre los lloros y suspiros de sus deudos, el cadáver de una joven brillante; y porque se asomó con recelo á una ventana cierto hombre fornido, le dijo aquél en mal hora: — No te escondas, que dentro de poco vengo por ti. —• Dentro de escasas horas fué, en efecto, por él. Yo vi el ventanillo de la terrorífica intimación; y consolé á la afligida viuda del hombre del susto y una infeliz, distraída niña, salvadas milagrosamente de los golpes del fiero azote. ¿Era de extrañar tanto terror y espanto? ¡Y qué cuadros de bien triste colorido ofrecen la peste y la miseria juntas!
Unos treinta enfermos hubimos de visitar: varios de ellos, si no la mayor parte, se hallaban recostados en los portales de las casas. Bien es verdad que difícilmente tendrían contadas piezas más aquellas viviendas. ¿Qué digo viviendas? Zahúrdas en toda regla deben intitularse muchas. El primer albergue del cólera, foco de infección en el cual fallecieron cuatro personas, tenía todo el aspecto de una pocilga enjuta.
En una de ellas me enseñaron la oscura y vacía alcoba donde acababa de morir la dueña de la casa; enfrente casi yacía postrado el viudo, penetrado de sentimiento por su desgracia, acometido igualmente de la fiereza de la peste; y formando ángulo con su cama, aparecía otro lecho, donde asomaba la cabeza escuálido niño de siete años, ya convaleciente; y debajo de un escaño, en el santo suelo, abrigado, en una manta, una gamella por cuna, tenían á la infeliz criatura que salió á luz poco antes de espirar su desventurada madre.
A pocos pasos penetramos en nueva morada del dolor. De frente á la puerta, y en el pavimento del portal, veíase una especie de cuévano con ropa. En él yacía un niño consumido, amarillo, con los ojos vueltos al cielo. Le tomamos la manecita, y estaba yerta; y no inspiraba apenas cuidado de nadie: sería porque le envidiaban el inmediato trueque de una cuna miserable, por un trono de gloria; sería porque despertaba más atención su madre moribunda. —Adelante, Sr. Obispo, me decían; está más adentro la enferma; lleva más de un día agonizando.—Entramos adelante, por entre la oscuridad y un pasillo estrecho, se abrió un ventanillo, y vino la luz á dar en el rostro cadavérico de aquella madre recién parida, que respiraba anhelante. Como hubiese perdido el sentido, la absolví condicionalmente; y descubiertos todos los asistentes, además de asperjar la casa con el agua bendita, rezamos por la agonizante un Ave María. Eché una mirada en derredor como
acostumbraba, para cerciorarme de la pobreza de la familia, ya que todas parecían á primera vista lo mismo, y noté que el techo de la habitación formaba dos corcovas muy salientes. O el techo amenaza ruina, ó eran los banzos de una escalera de tejado...
Consolábanos la consideración que desde el cuchitril despreciable podía la buena mujer, mejor que de suntuoso palacio, volar á la región serena de la gloria.
Atravesamos otra calle, y el alguacil nos señalaba un punto, diciendo:—Aquí, aquí. Allí vi una figura de hombre, sobre un mal banco, la cara desencajada, los brazos descompuestos y casi secos; y cara, y brazos, y pecho, todo en movimiento circular, retorciéndose entre mil contorsiones y espantosos gestos, sin acabar de deshacerse, sin acabar de morir.—¿Tiene conocimiento?.—pregunté.—Sí, señor.—Pudiéronme haber contestado: sí, para aumento de su dolor. En efecto, le aproximé el anillo, y con harta dificultad lo besó; le hablé de María Santísima, y por las señas amaba á la Virgen dulcísima.— ¡Madre bondadosa, compadécete de tus hijos, los desterrados hijos de Eva!
Sin duda que la Madre de Dios ejerce la compasión con los católicos de Macotera. Estragos ha causado la peste; pero es maravilla que no hayan sido mayores, es milagro que todavía viven las gentes por aquellos lugares de miseria.
Pero cuanto tienen los macoteranos de pobres, lo tienen de cristianos y religiosos. No pueden menos de interesar á toda alma generosa y bien nacida. En aquel pueblo ni existe un amancebado público, ni menos matrimonio civil: está multada la blasfemia, desterrados los trabajos en días festivos, prohibidas las canciones torpes é indecorosas. Yo ordené una procesión de rogativa por calles y plazas: la procesión resultó larga y atravesó multitud de calles y callejuelas. No vi un solo espectador y curioso: era que todos los hombres asistían á la prolongada procesión; sus filas eran de cuatro ó seis personas en fondo, apretadas columnas de ancianos, mozos y niños. Un tropel innumerable de mujeres nos seguía detrás. Se anunció asimismo una comunión para las siete del día siguiente: á las tres y media de la madrugada  guardaban á la puerta de la iglesia, para confesarse y disponerse; y con no haber más que un templo, y sólo cinco confesores, di la comunión á cerca de doscientos fieles, entre ellos al alcalde. Yo no describiré mi alegre paseo de visita á los enfermos y las exclamaciones de las bondadosas
gentes; pero no debo pasar en silencio una circunstancia recomendable. ¿Qué juzgará el lector nos suplicaban principalmente los enfermos? La segunda mujer visitada me pidió por favor que la confesara de nuevo por vía de devoción. Una anciana convaleciente, sentada en su jergón de paja, se lamentó á presencia de todos mis acompañantes de no haberle llevado el Viático. — Señora, le respondió el médico, ha tenido usted vómitos, y luego de ellos mejoró usted notablemente. — Otro vecino respetable, aunque abatido, estaba, no obstante, despejado
de ánimo, y pedía con encarecimiento se le administrase la Extremaunción para borrar de su alma malas reliquias. Terminada la visita, había de regresar á Salamanca luego de despedirme desde el pulpito. Me despedí, y creí de mi deber comenzar mostrándome complacido por los cristianos sentimientos del pueblo, el celo de las autoridades y el sacrificio del clero, y, entre otras cosas, me ocurrió decirles:
« Hijos de Macotera, por el interés de vuestra salud, yo os ruego que no abuséis de los frutos de vuestras posesiones, todavía no maduros. De tener cierta autoridad, por cariño, por amor de padre, yo os prohibiría las visitas tan tempranas é inconvenientes á la campiña. Yo os lo prohibiría... (Llantos de ternura; murmullos de simpatía y aplauso.) ¿Cómo, es decir que vosotros, con esas muestras desaprobación, me revestís de autoridad para el caso? Pues bien, por la ley del cariño, la ley de la salud pública, quedan desde este momento prohibidas las
prematuras salidas al campo. Otra autoridad señalará la hora y el momento oportuno de hacerlo. Otra autoridad sancionará este mi decreto paternal.»
Al concluir se oían bien claras las siguientes exclamaciones:¡gracias!¿gracias!
Casi junto á la puerta de la iglesia montábamos de regreso para Salamanca. El pueblo en masa, con sus autoridades al frente, salía á despedirnos; los ruégos dé que parasen siquiera á la salida del pueblo, fueron inútiles. Por fin supliqué encarecidamente al Ayuntamiento se detuviera, en atención á la hora de calor, que eran las doce del día y con sol brillante, y porque no se repitieran los casos sospechosos. Con él hizo alto todo el pueblo, y desfilamos por entre la apiñada muchedumbre entre hurras y aclamaciones. Tres ó cuatro jinetes de ellos, sin embargo, formaban nuestra vanguardia hasta traspasar la jurisdicción de Macotera. Llegados á su límite, y echando pie á tierra, todos
besaron el anillo y se despidieron afectuosamente. El más principal terminó la despedida diciendo: 
«Señor: Dios les asista. Dios les acompañe, y dé salud y muchos años á Su Señoría. Señor: yo tengo una finca en el pueblo, que hace á tres calles con su huerta y todo; yo se la ofrezco para lo que quiera disponer de ella. La ofrezco para santo hospital, de que nos ha hablado, con tal que Su Señoría lo tome por su cuenta y lo gobierne y dirija.»
— Muchas, muchas gracias. No echaré en olvido el generoso ofrecimiento, y créame usted que pensaré seriamente en la creación del hospital. Adiós, adiós, el Señor bendiga á ustedes, á sus familias, á todo el pueblo de Macotera.
Perdimos de vista á tan cristiana gente, y la conversación de mis compañeros hubo ya de recaer sobre la sencillez y espontaneidad y desinterés del buen hombre, y también sobre la imperiosa necesidad de la fundación del hospital en tan desamparado pueblo.
Si lugar hay en la tierra donde los enfermos indigentes deban recogerse en un asilo, ¿cuál más necesitado que Macotera? Si pueblo hay en la tierra digno de lástima por su pobreza, digno de atenciones por sus virtudes, ¿cuál más acreedor que Macotera?
No se ha limpiado de la infección de la peste, y llama á sus puertas el hambre aterradora. Los pobres han agotado su caudal con la epidemia, me exponía el Ayuntamiento, prevemos un invierno desastroso.
Y el pensamiento piadoso de ofrecer trabajo á los desvalidos puede enlazarse con otro proyecto ilustre. Macotera... ese pueblo, tan pobre como religioso, dio á luz á la lumbrera del Episcopado español, el ardiente defensor de los derechos de la Iglesia y la Unidad católica en nuestras Cortes Constituyentes, preclaro ornamento de la Iglesia de Compostela, inolvidable Cardenal Sr. García Cuesta. Y sólo existe en Macotera de su memoria los valiosos regalos que donó á la Iglesia, alguna fotografía adornando paredes de barro; otra algo mayor en la sacristía del templo, pero ni un recuerdo glorioso, ningún monumento digno de su nombre.
Y Macotera aprecia en todo su valor la memoria incomparable del insigne hijo. Varias veces, según mi entender, se ha pensado en levantarle un monumento. ¿Pero cuál en pueblo de semejantes condiciones? ¿Una estatua allí, donde no se alza una casa de piedra, donde sólo el pedestal se elevaría sobre todos los tejados ? ¿ Y cuál plaza digna de la estatua? No; su bendito nombre le hemos de entretejer, desnudo de toda vanidad y pompa, ataviado de las joyas de la caridad, con la fundación del hospital santo. Me persuado que él bendice el pensamiento
desde el cielo. El insigne sucesor de su Sede, la Iglesia de Santiago, no le habrán olvidado. Su ilustre compañero de fatigas en las Cortes, hoy también purpurado de Valencia, me ha de ayudar en la medida de su poder. Los diocesanos de Salamanca, los amantes todos
del gran Cardenal, no me abandonarán en la empresa. Con esta fecha  abro la suscripción para el Santo hospital de Macotera, recuerdo de las virtudes del Cardenal Cuesta.

EL OBISPO DE SALAMANCA.

P. S. Acababa de firmar este escrito, de no sé qué género de literatura: abro el correo de hoy, 15 de Septiembre, y leo la carta siguiente:

« Macotera,  Septiembre 14 del 1885.
» Ilustrísimo y señor Obispo de la Diócesis: la oferta que le hice á su Ilustrísima de la finca enclavada en el pueblo de Macotera es gratuita para que su Ilustrísima disponga de ella para edificar lo que su Alteza tenga por combeniente. Este que hace la oferta no necesita poder dé nadie para hacer de lo suyo lo que le parezca y nunca retrodece de lo dicho. Dios guarde á V. muchos años y V. me dispense el espresar estas letras rústicas como de un individuo que le falto la primer enseñanza que es la joya que más emvidio. A Dios hasta que Dios
quiera. »
Raimundo Blazquez Molinero, »


Hospital de Macotera.  Foto WikiSalamanca